lunes, 23 de noviembre de 2009

El hombre que salvó a Solari Yrigoyen de la muerte

Tomás Armando Révora relata una historia que pocos conocen

“En pleno auge del último gobierno de facto, más precisamente en agosto de 1976, fui protagonista en la liberación del entonces senador nacional Hipólito Solari Yrigoyen y el diputado nacional Mario Abel Amaya, que habían sido secuestrados de sus hogares días antes por tropas militares y habían permanecido desaparecidos.
En ese tiempo, era muy difícil ejercer cualquier profesión y se corría el riesgo de ser detenido si se sospechaba de una actitud contraria a la del gobierno militar. Al no respetarse la ley ni las instituciones, se produjo una subversión jurídica al punto que la mayoría de los abogados que se acercaban a las comisarías con algún reclamo desaparecían posteriormente.
En esos años de plomo, el senador Yrigoyen vivía en Chubut y había nacido entre nosotros una amistad política porque ambos participábamos en el Movimiento de Renovación y Cambio que en 1983 llevaría a Raúl Alfonsín a la Presidencia de la Nación. Recuerdo que me quedé helado cuando el 17 de Agosto de 1976 recibí la noticia del secuestro de Solari Yrigoyen en Puerto Madryn, luego me enteré de que en el mismo procedimiento habían secuestrado al diputado Amaya.
Según lo que relató Yrigoyen luego de ser liberado, él se encontraba en su casa cuando a las dos de la madrugada comenzaron a tocarle el timbre insistentemente y apenas abrió la puerta recibió un balazo en la cara. Enseguida, se le tiraron encima y lo ataron de manos y pies, luego lo doparon con una inyección y lo metieron en el baúl de un auto. Posteriormente, fue trasladado al regimiento 181 de comunicaciones de Bahía Blanca, donde se enteró que también estaba Amaya.
Inmediatamente, se desató una campaña en los diarios, especialmente en los de circulación nacional, que vinculaban a Solari Yrigoyen con un pasado revolucionario y lo conectaban con el E.R.P. y Montoneros, por haber defendido en su momento a los líderes sindicales Agustín Tosco y Raimundo Ongaro. Mientras que ideológicamente, creo yo, él respetaba los principios de la U.C.R..
El 30 de agosto, yo me encontraba en Viedma cuando el periodista Walter Taborda, hoy fallecido, me informa que el ejército tenía la intención de simular un enfrentamiento con supuestos grupos revolucionarios esa misma noche en las afueras de la capital rionegrina y de esta manera asesinar a Yrigoyen y a Amaya, atribuyéndoles las muertes a los subversivos. Taborda había recibido la información por parte del jefe del Distrito, el coronel Padilla Tanco, quién en una fiesta y después de varios Whiskys le había confesado este plan.
Al instante, logramos que el hecho tuviese trascendencia pública y el “operativo farsa” no pudo llevarse a cabo. Los dos detenidos fueron arrojados con vida en un zanjón al costado de la ruta nacional número tres, en un estado de salud deplorable y sólo vestidos con una especie de piyamas. Inmediatamente, me dirigí al lugar del hecho para cuidar la seguridad de ambos, que fueron llevados a la comisaría donde pude hacer contacto con ellos.
Se encontraban en un estado físico y psicológico muy delicado, habían sufrido prácticas de asfixia, aplicación de electricidad, simulacros de fusilamiento y el famoso suplicio de tártaro, que consiste en una gota que cae constantemente sobre la cabeza. Familiares y amigos les acercamos ropas y elementos medicinales.
Posteriormente, fueron puestos a disposición del Poder Ejecutivo Nacional y trasladados a una prisión en Villa Floresta, días después nos enteramos de que Mario Amaya había muerto por no haber recibido la necesaria atención a sus problemas de salud. De inmediato, comencé a gestionar para que Solari Yrigoyen fuera liberado, hablé con Ricardo Balbín, que entonces era presidente de la U.C.R, y con Raúl Alfonsin, quienes en seguida se movilizaron. También hubo una fuerte presión por parte de demócratas que se encontraban en el exterior.
Gracias a estas presiones, el senador fue llevado a Ezeisa y tomó un avión a Venezuela, donde el presidente de ese país, Carlos Andrés Perez, ordenó que se lo tratase de la mejor manera. Por otro lado, Jimmy Carter, el senador estadounidense Eduard Kennedy, la Unión Parlamentaria Mundial, sectores de la iglesia Católica y el mismo presidente francés, Valery Giscard d`Estaing, le ofrecieron acilo diplomático. Por mi parte, conozco estos hechos a través de una carta de agradecimiento que recibí de Yrigoyen desde Venezuela.”

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